La historia de deuda de Fausto Ramos era aburrida… hasta que se volvió aterradora.
Sus saldos en tarjetas de crédito aumentaron poco a poco, hasta que un día la realidad lo golpeó como un ladrillo.
A los 24 años, Fausto trabajaba en Oregón. “Tenía un trabajo de tiempo completo y me pagaban cada dos semanas. Tenía tres o cuatro tarjetas de crédito, y las usaba de vez en cuando para cosas pequeñas, como gasolina, cambios de aceite o darme un gusto de vez en cuando”.
Fausto fue inteligente: solicitó tarjetas con tasas de interés introductorias del cero por ciento. Pero luego hizo lo que muchas personas hacen: no cambió sus hábitos de gasto cuando terminaron esas tasas introductorias. Con el tiempo, empezó a pagar intereses muy altos en esas tarjetas.
“Me estaba acostumbrando a usarlas, y empezaron a acercarse al límite”, recuerda Fausto. “Uno empieza con una tarjeta al cero por ciento por 8 o 10 meses, y luego esos intereses empiezan a acumularse, y los pagos mínimos ya no alcanzan”.
Un día, se dio cuenta de lo que pasaba: “Me di cuenta de que mi ingreso desaparecía antes de poder hacer algo por mí mismo. Me quedaban 80 dólares para comprar comida.”
Intentó resolverlo por su cuenta, pero eso le causó “mucho estrés y ansiedad”. Aun así, necesitaba pasar por esa etapa, porque, como él mismo dice: “Tuvo que llegar a ese punto para que llamara a Consolidated Credit. Estaba empeñado en solucionarlo solo”.
La llamada a Consolidated Credit
Cuando la ansiedad se convirtió en “una especie de depresión leve”, Fausto finalmente hizo la llamada. Y lamenta no haberlo hecho mucho antes.
“Fue un proceso sin culpas, y eso fue lo que más me impactó”, cuenta Fausto. “Me ayudaron a ver la realidad de mi situación. Todo fue claro y sencillo. En cuanto colgué el teléfono, sentí que me quitaban un peso de encima. Ya no me estaba ahogando.”
Dos aspectos del programa de Consolidated Credit realmente le llamaron la atención a Fausto. Primero…
“Cuando unieron todos mis pagos en un solo mensual, fue un alivio. Ya no tenía que preocuparme por múltiples fechas de pago: que si una el día 3, otra el 15, otra el 17… Tener la oportunidad de hacer un solo pago fue enorme.”
Segundo…
“Cuando me dijeron que ellos se encargarían de todas las comunicaciones con mis acreedores, sentí un gran alivio. Todo eso venía acompañado de mucha vergüenza. O sea, ¿cómo llamas a alguien para decirle: ‘Hola, le pedí prestado todo este dinero y ahora no puedo pagárselo’? Cuando me dijeron que harían todas las llamadas y enviarían los correos por mí, me quedé impresionado.”
En solo 20 minutos, Fausto dice que pasó de “estar muy asustado a pensar: esto va a estar bien.” Su vida cambió así de rápido. Desde entonces, ha terminado el programa.
“De hecho, ya empecé a invertir,” cuenta. “Tengo una carpeta de acciones. Tengo un IRA simple. Me doy cuenta de que las tarjetas de crédito tienen beneficios, y aún tengo una tarjeta, pero ahora la manejo mejor.”
Hoy, en lugar de darse gustos ocasionales con la tarjeta, Fausto ahorra para visitar un lugar nuevo cada año. Hasta ahora ha viajado a Hawái, Puerto Rico y Nashville y asegura que jamás volverá al estrés de la deuda que una vez tuvo.
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